¿Y si mañana renunciara a todo aquello que equilibre la balanza?

3 sept 2011

Amanecer en la ciudad.

Esta ciudad se hace infinita mientras recorro aquellas calles.
Los edificios parecen volverse invertebrados, y mirando desde su azotea,
me humillan con su mirada alumbrada por la triste electricidad.
Y el asfalto allí sigue, no creas que lo cambiaron.
Mientras recorro los entresijos de estos montes de cemento,
tantos recuerdo tan oscuros como ciertos,
el mismo aire que respiro es el mismo aire que respiraba.

Los coches con su frenética marcha aún hoy por hoy ignoran mi voz,
los transeúntes se vuelven altibajos en una triste canción que emana del metro.
Y sus corredores, tan laberínticos, descifrados por un mapa que nos sirvió de críptico.
Hoy por hoy el metano que respiro es el mismo que dejé a tu lado.

Y viviendo eternamente deprisa, recorro monumentos y mansiones sin fijarme en quien
los abre, ni los cierras, recordando que un día fuimos nosotros.
Y aquellos barrios tan cansados de su triste situación, nuestros besos en sus bancos
fueron su gran iluminación y esperanza, dando sitio a su añoranza con el tiempo.
Y añorando aquellos tiempos donde todo era en blanco y negro,
observo desde el interior como un autobús recorre trepidante sus andenes,
como un tren servirá de refugio para dos enamorados, que no seremos nosotros.

Entre sus parques y jardines, rememoro aquel momento en el que viento y primavera penetraron en nuestros huesos.
Y tu aliento aún contamina aquellos escaparates, donde nuestras manos recorrieron un futuro sin peajes.
La misma nube negra que por entonces alumbraba estas aceras, aún se mantiene firme en el horizonte.
Aquel anuncio que renunció a serte útil por ser pisoteado, aquel periódico que alguien abandonó, aquel libro de poemas que tu piel encontró desolado.

Aún los pitidos y los gritos confunden sus acordes, dando pie a aquella melodía que un día fue la nuestra.
Estas farolas alumbran a la melancolía y a su persistencia, aquellas salas de Madrid aún siguen esperándonos, aquellos cantautores que versaron nuestras tardes, aquellos Martes de desidia, la mirada de aquel perro que dimos de beber, un recuerdo, tu pérdida, y un nuevo amanecer.

Todo es igual sin tu presencia, la ciudad no notó tu falta. Ahora amanece, veo el sol desde El Retiro y me enorgullezco.
Por haber sentido y recordado aquello que un día fue nuestro, sintiéndome feliz por saber que siempre será nuestro. Y volviendo la vista atrás, aún quedan rastros del ayer, heridas por cerrar que una sola llamada podría entorpecer. Ahora que te marchas déjame pensar, disfrutar de nuestra ciudad y de su cálido amanecer.

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