Redoblan las campanas del sueño,
de la verdadera calma, de la noche eterna.
Vienen los gemidos desde el cielo,
desde el agua de lluvia con su esencia.
Ya se ven, a lo lejos, las pisadas de un nómada asentado al
desprecio.
Porta una fe infinita para cambiar el mundo,
sus pies rebosan sabiduría de tanto como anduvo.
Por él redoblan las campanas, se perdió al zarpar y naufragó…
Invernadero del tiempo, criadero de tormentas;
esperpento en si mismo, y tintero en su libreta.
Suenan las campanas del mundo por quien fue tan niño como
atleta.
Ya no le dejan caminar, su cinturón, dicen que ya no
aprieta.
Quizás está cansado de luchar; déjenle respirar.
Quizá su malestar se pase y olvide su penuria.
Redoblan las campanas en el camino que le lleva a la locura;
su fiel amigo el tiempo le encierra en una habitación oscura…
Una mirada y un crucifijo le mecen sobre el campo,
hijo del olvido y del dolor destinatario.
Redoblan las campanas, llega a mi ventana la procesión.
Entro en escena, soy el difunto… me llaman ilusión.
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